El Arsenal de Mikel Arteta está en un momento de forma impresionante, estando líder en sus dos competiciones, en la Premier League y en la Champions League

Los jugadores del Arsenal 2025-2026 celebrando un gol; foto: Evening Standard.
Los jugadores del Arsenal 2025-2026 celebrando un gol; foto: Evening Standard.

Londres, Inglaterra – La pregunta empezó como un murmullo en la grada, alimentado por semanas de exhibiciones sólidas, pero tomó forma definitiva tras la victoria por 2-0 ante el Bayern de Múnich en el Emirates. Fue una noche en la que el Arsenal no solo mantuvo su impecable trayectoria en la Champions, sino que derribó al equipo que Mikel Arteta define sin dudar como “el mejor de Europa”. Y sin embargo, fueron los Gunners quienes se comportaron como tal.

La temporada 2025-26 está mostrando una evolución que ha pasado de lo prometedor a lo imponente. El Arsenal suma ya 16 victorias, dos empates y una sola derrota en todas las competiciones. En Champions encadena cinco victorias de cinco, algo que no sucedía desde aquella campaña de 2005-06 que terminó en la final de París. La sensación de equipo maduro, estable y preparado para cualquier escenario se ha consolidado hasta el punto de que voces autorizadas en Inglaterra empiezan a preguntarse si este Arsenal no es, de hecho, la plantilla más dominante del continente.

Matt Upson, excentral del club, resumió el estado actual del equipo con precisión quirúrgica: “Hay semanas en las que quizá no juegan tan bien, pero el nivel mínimo nunca cae. Antes veías destellos brillantes mezclados con caídas bruscas. Eso ya no ocurre. Es un 7/10 permanente”. Esa consistencia es quizá el rasgo más llamativo del Arsenal de Arteta, un equipo que parece haber encontrado la mezcla perfecta entre solidez, identidad y madurez competitiva.

La prueba más reciente fue un Bayern que llegó al Emirates invicto en la temporada y con solo tres derrotas en sus últimos 52 partidos de Liga de Campeones. El Arsenal no solo ganó: fue mejor en todas las fases del encuentro. Resolvió cada duelo individual con autoridad, desactivó los ataques alemanes con una serenidad impropia de partidos de este calibre y, sobre todo, mostró una capacidad para imponerse en las segundas mitades que es cada vez más marca de la casa. Fue un triunfo táctico y mental, de esos que separan a los aspirantes de los candidatos reales.

Arteta, prudente incluso en la euforia, insistió en que “solo fue un partido” y que la exigencia no puede decaer con la visita al Chelsea en el horizonte. Pero sus palabras contenían un matiz revelador: reconoció la magnitud del rival y, más aún, elogió a sus jugadores por estar “inmensos” en cada desafío que proponía el Bayern. Para un entrenador que ha construido el proyecto sobre la idea de elevar los estándares día a día, no es una declaración menor.

El reconocimiento de ese salto competitivo también llegó desde dentro del vestuario. Declan Rice, elegido jugador del partido, habló de un choque “tácticamente durísimo” y describió la actuación del Arsenal como “sobresaliente”. Rice, convertido ya en el metrónomo emocional y competitivo del equipo, deslizó un mensaje significativo: este año se siente diferente. Más liderazgo, más convicción, más hambre. No es solo el rendimiento; es la sensación de que el grupo ha asumido por completo la exigencia del proyecto.

Quizá lo más impresionante del Arsenal en este tramo de temporada es que su dominio no depende de una plantilla al completo. Ante el Bayern no estaban disponibles Viktor Gyökeres, Kai Havertz ni Gabriel Jesus, y aun así Arteta pudo recurrir a Noni Madueke y Gabriel Martinelli desde el banquillo para cambiar el ritmo del partido. Madueke marcó su primer gol con la camiseta del Arsenal, mientras Martinelli sigue atravesando un momento de forma continental notable con cuatro tantos consecutivos en Champions. Pocos equipos en Europa pueden presumir de una segunda unidad tan influyente.

La profundidad es, en efecto, una de las grandes fortalezas de este Arsenal. Ocho incorporaciones en verano dieron al técnico un abanico de soluciones que le permiten sostener un nivel competitivo constante pese a las lesiones que ha sufrido en ataque. Upson subraya precisamente esa virtud: “El banco del Arsenal entrega en todas las áreas. Hay calidad, pero también actitud. Todos quieren jugar, pero todos acatan su rol. Mantener un grupo así unido es una de las cosas más difíciles para un entrenador, y Arteta lo está logrando”.

En ese equilibrio reside buena parte de la transformación del Arsenal. No es solo un equipo con futbolistas brillantes, sino una estructura cohesiva, con líderes repartidos, con un plan táctico nítido y una ética de trabajo que se ha consolidado con el paso de las temporadas. La plantilla ya no sufre esos picos de irregularidad que la condenaron en campañas anteriores. Ahora es constante, controladora, paciente y, cuando el partido lo exige, explosiva.

Otro de los factores que refuerzan la impresión de grandeza es su capacidad para adaptarse sin perder identidad. Este Arsenal puede presionar alto, cerrar espacios en bloque medio, acelerar por los costados o controlar desde el pase interior. Puede ganar con posesión o explotando transiciones. Puede dominar o resistir. Rara vez pierde el control emocional del partido, una de las debilidades históricas de la última década en el Emirates.

Queda la pregunta inevitable: ¿es realmente el equipo más formidable de Europa? La condición suele reservarse para conjuntos que dominan año tras año, no para irrupciones brillantes. Bayern, Real Madrid o Manchester City han monopolizado esa etiqueta durante mucho tiempo. Pero el presente muestra a un Arsenal que compite de tú a tú con cualquiera, que domina en Champions como ningún otro y que exhibe una madurez impropia de un equipo aún en crecimiento.

Quizá la respuesta no sea afirmativa de manera categórica, pero el Arsenal ha alcanzado, por primera vez en casi veinte años, el umbral donde la percepción coincide con la realidad: es un aspirante legítimo a todo. No perfecto, no intocable, pero sí colosal en su estado de forma, en su confianza y en su convicción. Decir que es el mejor de Europa puede sonar temprano; decir que es uno de los equipos más difíciles de derrotar, no.

Y tal vez ahí esté la clave: este Arsenal ya no es una promesa, sino una certeza. Un equipo que gana incluso cuando no deslumbra, que rota sin perder fuerza, que resuelve duelos de élite con aplomo y que transmite la sensación de estar preparado para el siguiente escalón. La temporada es larga, como recuerda Rice, pero la pregunta ya ha cambiado: no es si el Arsenal puede competir con los gigantes europeos, sino si alguno de ellos podrá contenerlo.

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